El demonio del divorcio
¿Y en cuanto a ti? Esa intensidad te gusta. Esa intimidad es una delicia. Seguridad es lo que siempre has buscado. Eres una firme partidaria del matrimonio en general. La facilidad con que los dos habéis resbalado hacia esa bañera caliente repleta de amor y confianza mutua te tiene asombrada y maravillada. Has salido con hombres que nunca estuvieron casados y conoces bien la muralla que levantan alrededor y cuánto cuesta atravesarla para acercarse a algún lugar donde puedas encontrarte a gusto. Has analizado esa muralla punto por punto. Esa muralla era una Siberia. En cambio, esta otra calidez es un refugio. ¿Qué mujer sensata cambiaría ese refugio por aquella pared infranqueable?Sin embargo, no te has planteado una pregunta importante: ¿se te ha ocurrido pensar que la muralla tiene su utilidad?
Por qué es peligroso ese demonio
Si Rebecca estuviera saliendo con un soltero probablemente habría caído en la cuenta de que tanta urgencia e intensidad no eran del todo normales. De manera instintiva se echaría atrás y se preguntaría qué le pasaba a ese individuo para andar ofreciéndose de una forma tan patética. Cualquier persona adulta con una inteligencia normal y medianamente neurótica, posee sobrada experiencia para saber que enamorarse no es más que un prólogo, que cuando se despeja el aire después de esos primeros fuegos artificiales comienza en realidad la relación. La muralla que todas y todos alzamos al principio de una aventura es una autoprotec- ción inteligente. Sabemos que, si nos entregamos en cuerpo y alma desde el primer momento, nos arriesgamos a darnos el batacazo.
Nos sumimos en la fantasía y muchas veces se nos rompe el corazón cuando nos toca admitir que esa persona no encaja con nosotros, como ha señalado la psicóloga doctora Sheenah Hankin. Una vez hojeada la introducción, quizá ni siquiera nos interesa seguir leyendo la novela. Tal es la esencia del cortejo: tememos la intimidad tanto como la deseamos. Forma parte de la naturaleza humana, y en eso consiste la montaña rusa de los amores, la tensión del chico-encuentra-chica, chico-pierde-chica, chico-recupera-chica, y viceversa. Nos gustan esos argumentos, porque en ellos nos vemos retratados con todas nuestras contradicciones.
Cuando te enamoras de un separado, algo falta, y es el miedo. No parece que él lo tenga. Todo él es como un gran abrazo de bienvenida, como un cielo despejado antes de que un tornado espantoso se lo lleve todo como una aspiradora gigante.
«Fue la voz de Paul lo que me enamoró —cuenta Katie, de treinta y ocho años, que conoció a Paul, de cuarenta y cinco, dieciocho meses después de la separación de éste, durante una excursión por los Cotswalds—. Nos pasábamos horas colgados del teléfono todas las noches. Nunca había conocido a un hombre que hablase con tanta franqueza. Jamás hubo muros. Era empezar a hablar y no parar. Yo jamás había salido con alguién así. Había estado casado veinte años y no sabía hablar a una mujer de otra manera. Fue irresistible. Por otra parte, todavía le faltaba más de un año para que saliera el juicio del divorcio.»